martes, 23 de diciembre de 2008

MI CUENTO DE NAVIDAD

CUENTO NAVIDEÑO VALDORBÉS, CON EUSKERA Y MISOGINIA.

Ya estaba hasta el moño de esta bruja entrometida y metete que estaba todo el día tocándole la zarabandilla. A mi ya no me toca otro día la moral dijo, en el preciso momento en que pisó sin darse cuenta sus refajos de monje, tropezó con ellos y cayó de bruces sobre el mayor charco del patio de la abadía. Iracundo, embarrado y torpe llegó hasta su celda, se desnudó, se lavó la cara en la jofaina y de mala gana desenvolvió el paquete que su hermana le había mandado en verano desde Tafalla. Un jubón de aspillera, unas calzas coloradas y una camisa de un color blanco, color que desde hacía años sólo veía en el mantel del altar de la iglesia. Bueno, también en la nieve que desde hacía dos día había empezado a caer en Guetadar. Se asomó al ventanuco de su celda y vio a esa meretriz acarreando las vacas camino de Julio, el pueblo de al lado. Era la mujer del vecino.

Hacía tres días que el abad había tenido que partir hacia Amatriain ya que su madre estaba a punto de morir y le habían solicitado los últimos sacramentos. El abad era de la estirpe de los Bariain, procedente de Lerga pero instalados con casa palacio y torre medieval en Amatriain. Se vistió y se dirigió a la cocina de la abadía. Percibió el silencio, ese inaguantable silencio de las tarde de diciembre. Sólo sus pasos delatores de cojera contumaz e irreversible se oían sobre la tarima del corredor.

Pero algo llamó su atención. -qué extraño- pensó, siempre que el abad se ausenta cierra con llave puerta de la biblioteca. En esos tres días desde que se fue no había reparado en que estaba abierta. Un impulso le hizo volverse para cerrarla pero otro más fuerte le obligó a entrar. El despacho del abad, la biblioteca, como a don Antonio le gustaba que llamasen a aquella pieza fría y oscura, tenía hoy una claridad especial.Encima de la mesa vio un cuadernillo de pergamino de los que hacía el abad cuando le llegaba el paquete desde Pamplona. No había nada escrito en él. Sin pensarlo demasiado se sentó en el sillón, cogió la pluma y comenzó a escribir. Fue un movimiento reflejo ya que no escribía desde sus tiempos de lego en Tafalla donde aprendió sus primeros y casi únicos latines en la casa de la Primicia al lado de Santa María. Comenzó a escribir:

Sermón burlesco

Per signum garabatos,

me atiendan hasta los gatos

líbranos de toda ira,

aún reviente quién me mira,

a los que oyendo mis sermones,

estén de palos les den,

pecatóribus amén.

vultis errevultis,

calavera en vultis,

zurripi zurrapa,

mocordo aundia zure zat,

son palabras de aquel penitente

gordiano,

que se hizo gordo,

comiendo bien en el verano.

Dice que el estentino vacio,

no está lleno..

Dice el texto de mi tema,

que el mundo está lleno de postema,

¿quién es esa postema?

quién ha de ser sino la mujer,

¡ah! pícara cochina mala hilandera,

mucho temo que irás al infierno,

quieres ir al cielo,

tan derecho como el cuerno de un carnero,

no tenéis vos calzas coloradas,

no tenéis vos calzas como yo.

Se detuvo un momento pensando en las consecuencias de lo que estaba haciendo. Al abad no le va a gustar nada que usase uno de sus cuadernillos de pergamino y menos, ahora se había dado cuenta, en el que por la parte de atrás tenía apuntadas las pláticas predicadas ese mes. Quizás había cosido este cuadernillo para escribir el sermón de la misa del gallo, o las letanías de adviento y ahora él, pobre sacristán, estaba escribiendo impertinencias soeces que tendría que confesar en sagrado ante el propio abad. Mierda, mierda, pensó para sí. Quién le manda a la madre del abad ponerse enferma para que el propio diablo le tiente. Desconcertado releyó lo escrito y se dio cuenta de las palabras escritas en vascuence. “Mocordo aundia zure zat” Sí señor y para la vecina también.

De pronto una campana sonó en la torre de la iglesia y le hizo volver a la realidad. Observó la biblioteca del abad y reparó en un pequeño grabado del Cristo de Catalain que nunca había visto. Recordó igualmente que muy pronto sería la navidad y que a él era la época que más le gustaba. Tomó nuevamente la pluma y comenzó a escribir.

De la nochebuena

¿qué traes muchacho?

¿qué traes zagal?

cuajadas muy ricas

las del mayoral

¡qué gusto tan bueno!

qué hermoso cordial

qué ricas cuajadas

las del mayoral.

Dan dan dan

¿qué es esto que tocan?

¿qué ha de ser? alzar

todos los trabajos

para el sacristán

asperge, hisopo, bonete y cirial

la Nochebuena

que ha parido una Virgen

vistan traigan luego una cuna

que sus carnes no tienen ropa

ninguna

notar notar que ésta es la

nata

para el mayoral

Yo soy un sacristán cojo

que con mi pata galana

he de salir al portal a la corta

o a la larga

Emen dago Dn Juan Antonio

bere casgañetegui

sarri volatuco zaigu

coruan gañetic FIN

Los cascos de un caballo sonaron por el camino de Leoz. Estaba anocheciendo y al parecer el abad regresaba. También se oyeron las vacas de la maldita volver a la cuadra. Rápidamente secó la pluma, cerro el tintero y cogiendo el cuadernillo abandonó la estancia camino de la cocina. En su precipitación los versos cayeron al suelo y es aquí donde el abad los encontró nada más subir las escaleras. Los tomó en sus manos, encendió el candil que había sobre la mesa de la biblioteca y leyó aquel sermón burlesco y aquellos versos navideños que el sacristán acababa de escribir. Santiguándose tres veces se arrodilló ante el grabado del cristo de Cataláin, rezó un responso y sonrió.

Aquella noche, cuando el abad ofició la misa, un pequeño cuadernillo asomaba en el misal. El sacristán al verlo buscó y rebuscó en su jubón de aspillera pero nada encontró. Dio un respingo y haciendo una reverencia al abad abandonó cojeando la misa ante el estupor de los presentes. Jamás se le volvió a ver. Algunos dicen que en los montes de la Valdorba se oye a veces zurripi-zurrapa zurripi-zurrapa cuando sopla el viento de la Bizcaia. Otros dicen que al poco tiempo desapareció la pícara-cochina-mala-hilandera, la vecina de la abadía. Quizás fue entonces cuando el sacristán encontró definitivamente acomodo a su extraño corazón de poeta. Continuó nevando en Guetadar, y en Julio, y en Usumbeltz.

ATXU AYERRA.

NOTA DEL AUTOR: Este cuentico valdorbés tiene parte de verdad y parte de mentira. Lo real es efectivamente el texto del sermón burlesco y del cuento de navidad que gratamente encontré en un cuadernillo entre viejos libros procedentes de Amatriain, algunos de los cuales pertenecieron a principios del siglo XIX a Antonio Bariain, Abad de Guetadar, Julio y Usumbeltz. El texto lo he reproducido con ayuda de Concha Gárriz y lo envío para que estudiosos más doctos que yo puedan darle mejor sentido. La curiosidad de las palabras en euskera intercaladas en el mismo, el uso de latines y la misoginia que desprende en algunos momentos creo que merecen la pena ser publicados como parte de la realidad sociolingüística de la Valdorba quizás del siglo XVIII. El resto es fruto de mi imaginación.

1 comentario:

Marisa Alfaro dijo...

ungnoneesta visto que este año que ha empezado tan frío nos esta espabilando el intelecto. Muy bueno tu cuentico, se ve que tienes imaginacion, No serán las migaaaaaaaaaaaaaaaa