Pasar por allí es meterse en el ingenio creativo de su constructor. Azules, amarillos, verdes, naranjas compiten en igualdad de condiciones para rendir tributo a la inteligencia y sensibilidad de su creador. Nada es más armónico que su propio caos constructivo y visual. Detrás nadie sabe lo que hay, pero eso no importa. Seguro que la luz que se cuela en su interior tiene cosas interesantes que contar. Quizás a primera hora de la mañana, o al atardecer, con esa luz tan sugerente con la que el sol nos obsequia en su diaria despedida. Algún día me colaré allí, con el sosiego del que tiene todo por aprender e intentaré capturar su significado.
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