Don nadie supo que nunca llegaría a ser alguien, pero tuvo la sensibilidad suficiente para reconocerlo de inmediato, contribuyendo de esta forma, a fortalecer su personalidad. No tuvo palabras que decir, ni guiños que transmitir. Tan solo un respingo alcanzó a proyectar sobre las conciencias de los demás y estos, extrañamente, tuvieron la sensación de que alguien les llamaba desde la nada.
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