lunes, 17 de mayo de 2010
30 años no es nada
Un día de julio de 1980 durante el viaje que Hélene, Eduardo, Zubiri y yo hicimos por Yugoslavia entramos en la Galería de Arte Sebastian Atlas de Dubrovnik. Ésta era, según entendimos, la única galería de arte privada que en aquel momento existía en Yugoslavia. Allí colgaba una estupenda exposición de grabados del artista Vladimir Velickovic y tras un intento fallido de compra de uno de los grabados me conformé con una postal de la muestra. Aquel fantástico viaje en cuatro ele continuó pudiendo admirar la belleza de puente de Mostar, la compleja y aparentemente apacible multiculturalidad de Sarajevo y la exuberante belleza del Parque Nacional de los Lagos de Plitvice. También dimos cuenta de unas cuantas pibos fresquitas.
Al volver a Tafalla y con medio verano por delante se me ocurrió pintar la postal de Velickovic con una técnica que habíamos aprendido en el Instituto en COU. Ésta consistía en pintar con témpera dejando las líneas sin pintar, para luego cubrir el dibujo con tinta china y lavarla posteriormente. La postal representaba a un hombre desnudo que se asemejaba a un troglodita bailando el aurresku. Aquel convulso verano acabó tristemente para mí y mi familia y el dibujo supuso un refugio de triste dedicación y entretenimiento para alcanzar el nuevo curso. Acabé con la témpera verde pero no me atreví a finalizar con la tinta china. Mi particular troglodita tuvo a partir de entonces una vida paralela a la mía. Me acompañó en aquella habitación compartida en Zaragoza y en la casa de Ruzafa en Valencia. Después volvió a Tafalla conmigo siguiendo mis pasos y mi trayectoria vital. Pero seguía inacabado. Hace algo más de ocho años compré un tubo de tinta china pero nunca llegué a utilizarlo. Era como una asignatura pendiente, como aquel examen de invertebrados que Salaverri me aprobó aburrido de mí y de mi escaso interés por aprender los artrópodos, equinodermos y moluscos varios. Pues bien, 30 años después de convivir con mi dibujo inacabado de Velickovic, el 1 de enero de 2010 por la mañana, después un buen desayuno y con los acordes de los Strauss sonando en el transistor, con la inestimable ayuda de Paloma, he cubierto el dibujo de tinta china y lo he metido a la ducha. El resultado artístico puede ser discutible pero el acomodo mental de mis frentes inacabados ha sido definitivo. Animo pues a todo el mundo que a que acaben sus dibujos cuanto antes y que no esperen treinta años para hacerlo. Seguro que me agradecen el consejo.
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