domingo, 5 de octubre de 2008

GUARDAR

Rescato este artículo que escribí en lla revista del cuto divino en Tafalla. En él hago un poco de streptease cultural. Espero que os guste

GUARDAR

Guardar es una palabra importante. O casi mejor, lo que es importante es la acción de guardar. Para guardar se deben dar una serie de condicionantes que no todo el mundo puede cumplir. En primer lugar, para guardar hay que tener sitio. Parece una obviedad pero no lo es. El tener sitio que apareja la acción de guardar es algo de lo que hay que ser muy consciente. Mucha gente hace lo contrario de guardar, es decir no guardar, tirar, abandonar porque no tiene sitio. Hemos ido creando una sociedad en la que alguien ha decidido que una familia media, con unos ingresos medios tiene que vivir en un piso de 75 metros cuadrados, quizás 90 y a lo sumo un trastero de cuatro metros cuadrados. Todo ello en el mejor de los casos. Y así es imposible guardar. Porque las cosas tienen volumen y nunca se puede ir contra las leyes de la física. Si no cabe no lo quieras meter porque fracasarás en el intento.

El hecho de guardar también lleva aparejado el que lo que guardes sirva para algo. Parece también evidente pero no lo es tanto. Hay cosas que se guardan que no funcionan, ni falta que hace. Hay cosas que se guardan rotas, incompletas, a veces sucias, pero que el que las guarda tiene un motivo. A veces sentimental, otras familiar, otras incluso cultural. Pero a mi me gustaría añadir otro, mucho más intangible pero seguro que más fuerte: guardar por el mero disfrute de poseer lo guardado. El placer de tener, de conservar, de rescatar la cosa guardada y ser pleno dominador de su destino.

Guardar a veces se puede convertir en enfermizo. Otras veces la enfermedad la padecen los que no guardan nada. Tirar todo lo que no tiene una utilidad inmediata o lo que no responde a los cánones de la moda de la más rabiosa actualidad. Esos muebles antiguos que se fueron a camiones al desguace en los años 60 y 70 para sustituirlos por esos otros de formica con patas salientes en las que siempre te tropezabas y que irremediablemente se rompían. Esos aperos de labranza del abuelo que molestan porque el nieto tiene que meter el coche en la bajera. Esos libros viejos que aparecen en los contenedores de obras, las fotos de comunión en las que nadie conoce a nadie... Así han ido al vertedero verdaderas joyas de nuestra etnografía, cabezales, arados romanos, comportas y cubas, tinajas centenarias... También han desaparecido muebles de madera macizos y robustos, cafeteras primorosas, cientos de negativos de cristal, aparatos de radio...

Hay cosas que se guardan y no ocupan sitio. Algunos lo llaman tradición. Hacer lo que siempre tus mayores han hecho, mantener la forma de hacer las cosas con pulcritud y emoción. Acudir a la despedida de la virgen como lo hacías con tu padre, a la salve, al San Francisco detrás de la portería de siempre. Mantener las semillas tradicionales, del tomate de aquí, de toda la vida, la que tu padre ponía en el semillero de Congosto, hacer el menú de siempre (ensaladilla rusa, merluza albardada y leche frita), los chandríos y los polvorones, las pasticas de coco o el bizcocho de natas con crema de café, todo al txínguili como Marisa...

Guardar también significa respeto. Respeto a la persona que antes que tú ha pensado que el hecho de guardar valía la pena y que también ha pensado que el que va a guardar después que él, va a tener respeto por el que le precedió. A mi me gusta pensar que el que ha guardado antes que yo lo ha hecho por el placer de poseer lo guardado. Y que ha pensado un poco en mi, que he guardado su pequeño tesoro.

El que guarda a menudo es criticado. En esta sociedad de consumo desmedido, las cosas tienen que fluir, desaparecer casi inmediatamente después de aparecer, para volver a comprar lo que inmediatamente tiene de nuevo que desaparecer. Y el que guarda parece que interrumpe el proceso y que por ello va en contra de la sociedad, de lo socialmente correcto. Yo me confieso guardador y me gusta que me critiquen. Basurillas, trapero, chamarilero, desguaces...Prefiero un desván abandonado y polvoriento a las mejores entradas para la final de la copa de Europa. Prefiero la emoción de abrir una caja y descubrir lo que alguien ha guardado hace años consciente o inconscientemente para que yo, o alguien como yo, se emocione al abrirla.

Guardar también es una acción de ciudadanía. Rescatar un pedazo de historia de los hombres y mujeres que nos precedieron, de mantener instrumentos e ideas plasmadas en los más diversos materiales, en los más disparatados artefactos. Son pequeñas obras de arte o sencillamente como José Ulibarrena denomina “magistrales obras vecinales etnológicas”, hechas con intelecto, talante, talento, prestigio y profesionalidad.

En fin, guardar para conservar, para disfrutar, para respetar y que te respeten, para no perder tu sentido, de dónde vienes y a dónde quieres llegar, guardar para ocupar las estanterías de la memoria, para compartir la savia desde la raíz, para ti, que querías guardar y te obligaban a tirar. Y porqué no, para acumular el polvo que cristalice en los estratos de la sabiduría humana.

En Tafalla, como el cuto. Todo bueno. Un abrazo a los amigos del cuto.

ATXU AYERRA

2 comentarios:

Elisa dijo...

Me encanta... Entre éste y el artículo de la Merindad de agosto, descubro tus talentos de escritor !!!
Sigue escribiendo... y sigue guardando, que hay quien disfruta tus tesoros y los disfrutará.

Emilio Latorre Zubiri dijo...

A lo largo de la historia de la humanidad siempre hemos buscado la eternidad. La única posible está en el recuerdo de los que nos precedieron y de los que nos sigan. Sobrevivirán algunos de nuestros objetos, obras o genes, como lo hicieron los de otros. ¡Guardemos!, guardaremos parte de nosotros mismos.